Articulista invitado
Héctor Yunes Landa*
El pasado sábado 28 de agosto celebramos el día de los Adultos Mayores, conmemoración cívica que tiene su antecedente en nuestro país en el Día del Anciano, que se festejó por primera vez en la Ciudad de México en el año de 1983, retomado a su vez de la Primera Asamblea Internacional de la ONU dedicada al envejecimiento y realizada en 1982.
Considero que esta fecha no debe ser solamente la conmemoración de una fecha cívica más. Por el contrario, el 28 de agosto debe ser una jornada que nos dé pauta para recordar en los siguientes 364 días del año, el invaluable aporte que nos heredan generación tras generación, las mujeres y los hombres que dentro de sus ciclos de vida, alcanzan lo que algunos categorizan como la tercera edad.
Los que no estamos en esa etapa del ciclo biológico, con frecuencia somos omisos para apreciar la importancia que reviste el justo reconocimiento a nuestra gente mayor. Debemos hacer a un lado esa indiferencia que nos impide ver el inmenso valor que tenemos en los adultos mayores, en esos seres de carne y hueso que también fueron niños y que en el transcurso de los años acumularon innumerables experiencias y reflexiones que a la luz de la realidad que vivimos se convierten en inobjetable sabiduría.
El conocimiento que tiene una persona de la edad adulta no es gratuito, es el resultado de experiencias de vida, que son resumen de múltiples hechos atemperados en la experimentación empírica del “ensayo-error”. Por este conocimiento que puede derivar en compendios filosóficos vivientes, es que desde tiempos remotos, los pueblos de la antigüedad, desde las arcaicas organizaciones sociales tribales, hasta los más avanzados como los griegos, contemplaban los “consejos de ancianos” que analizaban y discutían con los elementos de la experiencia colectiva, la búsqueda de respuestas favorables para sus comunidades.
En la actualidad, la dinámica de nuestras sociedades tiende a excluir la experiencia, la capacidad y sobre todo, la sabiduría de nuestros ancianos. Esto debe cambiar. Los ciudadanos de cualquier segmento de la sociedad, y por supuesto quienes son servidores públicos, debemos comprometernos a garantizar que las condiciones de vida de quienes alcanzaron la tercera edad, sean las adecuadas para poder enfrentar las desgastantes enfermedades asociadas a la vejez, la falta de ingresos para el sustento diario, la discriminación por la edad, entre otras, así como brindarles lo necesario para proseguir con una calidad de vida honorable.
Esto último es muy relevante, toda vez que las circunstancias demográficas han cambiado en todo el mundo, y en lo que concierne a México, no podemos ignorar que el estrato de Adultos Mayores está creciendo en la pirámide poblacional, pues la estructura de la población ha cambiado debido a la baja en la tasa de la natalidad, y en contraparte, ha aumentado la esperanza de vida debido a los avances de la medicina.
Los adultos mayores, en especial los que aún son asertivamente productivos, requieren ser considerados en ciertos nichos del mercado laboral remunerado. No debe tomárseles en cuenta sólo para ser incluidos en acciones asistencialistas.
Los adultos mayores son los que mantienen vivas y transmiten las tradiciones a las nuevas generaciones; la riqueza cultural de los pueblos se sustenta en las tradiciones. Nosotros, estimados lectores, somos un pueblo con profundas raíces culturales, por eso estamos obligados a honrar a nuestros ancestros. Empecemos hoy, honrando a nuestros Adultos Mayores, a nuestros padres, a nuestros abuelos. Incorporémoslos, no los marginemos, valoremos su contribución a lo que hoy tenemos y gozamos todos, que en buena medida son los logros de su trabajo.
Como dice un sabio adagio: “Cuando muere un anciano se ha quemado una biblioteca”
*Diputado Presidente del Congreso del Estado de Veracruz
0 comentarios:
Publicar un comentario