Hace 31 años se escribió un libro determinante en mi vida: La Tercera Ola; escrito por Alvin Toffler.1 El libro me conmovió una barbaridad; mucho de lo que leí no lo entendí en esa época, cierto, pero me abrió los ojos a la inminente transformación del mundo que se desplegaba en frente de mí en los años por venir.
Pero alto, ¿por qué escribo esto? ¿Por qué empiezo así estos párrafos? Porque no deseo incurrir en el lugar común de cientos de compatriotas y compatriotos (diría Fox) ni tampoco quiero mantenerme al margen de estas fechas; así las cosas, voy a escribir de lo que este 16 de septiembre se me ocurre en la soledad de mi escritorio y próximo a ir a rentar películas con el Adolfo -quien ya me emplazó en forma para que vayamos a rentar chorrocientas mil- y ¡cómo no! para que no dejemos de ir al cine a ver Hidalgo que (para estas horas) ya vi.
Agotado el apartado de aclaraciones, ahora sí, a lo que te truje Chencha, que es, ni más ni menos, formularle a usted, lector, lectora, una invitación para que en este megapuente (¡Viva México!) abran las páginas de un libro muy revelador que llegó a mis manos por obra y gracia de la casualidad. Buscaba yo “El Narco: La Guerra Fallida”2 y ahí en el anaquel, tentándome, estaba el último libro de Andrés Oppenheimer: “¡Basta de historias! La obsesión latinoamericana con el pasado y las 12 claves del futuro”.3 Claro que todo en la vida tiene un orden; no llegué así como así a buscar el primer libro y el segundo no abrió sus páginas, como alas de paloma, para sugerirme: “¡cómprame, cómprame!”; no señor, el asunto es más complejo y se remonta a un desayuno una semana atrás.
Por razones que no vienen al caso, La Tortuga y yo convinimos en que había que desayunar un día de éstos. Describir a La Tortuga -un no tan joven pero eso sí, talentoso abogado amigo mío- rebasa cualquier esfuerzo de mi pluma; lo que sí puedo afirmar sin sonrojarme es que no parece una caguama parada en las patitas (o aletas) de atrás, pero, en efecto, está medio rarón, como que se batalla para agarrarle forma; el asunto es que sin poder escapar al tema de moda en Chihuahua y al tópico de cualquier charla de sobremesa en mi terruño, entre café y café, empezamos a hablar del baño de sangre que el Presidente Calderón sin titubeos llama: “La Guerra contra el Narco”.
Ése fue un momento muy significativo en mi vida. Una o dos semanas antes, vayan a saberse las razones, me desperté bañado en un sudor frío pidiéndole a Dios que me iluminara (es completamente veraz esto que escribo); que me mostrara el rumbo a seguir para salir de este pantano de violencia que es mi Estado natal. Lo cierto es que Dios no estaba en vena o yo me volví a dormir demasiado pronto porque no hubo eco a mis súplicas: No me acosté Luis Villegas y me desperté Medina Mora.
Esa mañana, La Tortuga -de quien no tengo dudas que es especialmente inteligente- me mostró a las claras la diferencia entre estar “preocupado” por algo y estar “ocupado” en ello; mientras yo le pedía a Dios por ese estado de gracia necesario para hallar al Chapo, disminuir el consumo o acabar con la corrupción de las policías, o las tres cosas, La Tortuga me contó que lleva algunas semanas empeñado en un esfuerzo personal cuyo propósito es muy simple: Pedirle a la gente con dos dedos de frente, o un mínimo de sentido común, que opine cómo se puede resolver este problema según su particular punto de vista.
Ignoro cómo termine ese ejercicio; sólo sé que La Tortuga tomó o retomó los dos puntos clave de todo este asunto: Es preciso apelar a la sociedad civil -y es necesario hacerlo cuanto antes- y resulta imprescindible hacerlo con originalidad, es decir, como no se ha hecho hasta ahora. Einstein, a quien suelo citar bastante a menudo en este tipo de coyunturas, solía decir: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.
Yo creo que no hay un solo chihuahuense en su sano juicio que no se pregunte cómo acabar con tantas desgracias, empero, también creo que a ellos como a mí, en estado de vigilia sólo se nos ocurren purititas tarugadas, los lugares comunes, las respuestas de siempre. Si ya vimos -lo estamos viendo- que nada de “lo convencional” funciona ¿por qué nos empeñamos en buscar resultados distintos haciendo siempre lo mismo? Hace falta escuchar la opinión libre de los ciudadanos; no todas van a ser “buenas ideas”, en lo absoluto, pero es necesario escucharlas y diseñar políticas públicas sobre ese sustento: La sociedad civil y la innovación.
Pues bien, sumida La Tortuga en esas cavilaciones, me recomendó un libro: “El Narco: La Guerra Fallida”. “Léelo –me dijo-, lo acabas de una sentada”. Y de una sentada lo acabé; las 132 páginas se leen de corrido en poco más de dos horas. El libro refuta, sin excepción, todos y cada uno de los fundamentos del Presidente Felipe Calderón para declarar esa guerra para la que no estábamos preparados ni estamos ganando. En una palabra: Ni ha crecido el consumo interno, ni la violencia es nueva, ni ésta es consecuencia directa del tráfico de armas, ni el Estado Mexicano está “más penetrado” de lo que estaba hace 10 o 20 años, ni la corrupción policial es cosa nueva. Parece que, otra vez, para legitimar una elección dudosa, el Ejecutivo de la Unión, como solían hacerlo sus predecesores (recuérdese el 1988), echó mano de una estrategia -más que todo de índole mediática- que, hoy por hoy, no nos lleva a ninguna parte.
Destaco dos párrafos que llamaron mi atención a ese respecto; el primero, relativo a la llamada “Doctrina Powell”, creada por Colin Powell, Jefe de Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas en la aventura estadounidense de 1991, durante la primera Guerra del Golfo Pérsico; Powell, veterano de Vietnam, estableció 4 requisitos ineludibles si no se quería otra debacle: Aplastante superioridad de las fuerzas aliadas frente al enemigo, una clara estrategia de salida, una definición de triunfo –lo que debe entenderse por tal- y, por último, el apoyo interesado y consciente de la población. En la Guerra de Calderón no se satisface, ni de chiste, uno solo de estos requisitos.
En segundo lugar, los autores citan el documento denominado: “Drogas y Democracia: Hacia un cambio de paradigma”, suscrito por los presidentes Ernesto Zedillo, Fernando Enrique Cardoso y César Gaviria, del que rescato un párrafo:
Continuará…
Luis Villegas Montes.
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